La casa de estudios homenajeó la “Fidelidad Funcionaria” de Carlos Cea Eriza, por sus 35 años de servicio; del Dr. Juan Cañumir Veas y del Dr. Johannes de Bruijn, por sus 30 años; y del Dr. Mario Lillo Saavedra, por sus 25 años; en el marco de la ceremonia del Día del Trabajador Universitario.
En el marco del 105° Aniversario de la Universidad de Concepción y los 70 años de vida del Campus Chillán, este miércoles se desarrolló la celebración del Día de la Trabajadora y el Trabajador de la UdeC Campus Chillán, con una ceremonia en la que, como es tradicional, se homenajeó la “Fidelidad Funcionaria” de quienes cumplieron 25, 30, 35, 40 y más años de servicio en la institución.
En la jornada participaron autoridades universitarias, encabezadas por la vicerrectora de la Universidad de Concepción, Dra. Paulina Rincón González; el director general del Campus Chillán, Dr. Pedro Pablo Rojas García; la directora general del Campus Los Ángeles, Dra. Hellen Díaz Páez; el subdirector académico del Campus Chillán, Dr. Daniel Sandoval Silva; la decana de la Facultad de Ingeniería Agrícola, Dra. María Eugenia González Rodríguez; el decano de Agronomía, Dr. Guillermo Wells Moncada; y el vicedecano de Ciencias Veterinarias, Dr. Mario Briones Luengo; entre otros.
De la Facultad de Ingeniería Agrícola, fueron galardonados cuatro profesionales con la medalla a la “Fidelidad Funcionaria”. Por cumplir 35 años en la Universidad, fue reconocido Carlos Cea Eriza, jefe de Laboratorio de Recursos Hídricos; en tanto, por sumar 30 años de servicio, fueron distinguidos los académicos del Departamento de Agroindustrias, Dr. Johannes de Bruijn y Dr. Juan Cañumir Veas; y por sus 25 años, el académico del Departamento de Mecanización y Energía, Dr. Mario Lillo Saavedra (en ausencia).
El Dr. Cañumir, quien es director del Departamento de Agroindustrias, tuvo el honor de ser elegido para pronunciar el discurso en representación de los homenajeados, en el que saludó en forma especial a los funcionarios reconocidos e hizo un recorrido por su historia personal y profesional, marcada por la Universidad de Concepción y los “grandes personajes” que en ella ha podido conocer y de los cuales, subrayó, ha podido aprender.
DISCURSO
“Cuando me propusieron el honor de entregarles algunas palabras, se me vino a la memoria uno de mis grandes y queridos profesores, el Dr. Gastón González, quien en una situación similar a la que estoy ahora, señaló: ‘me han pedido que hable en esta ocasión formal a mí, que soy en gran parte informal’, pero haré lo mejor que pueda, y si no lo logro, me queda el hecho de que traté de hacer algo que les haya representado pasajes semejantes en este camino transitado con nuestra Universidad.
Durante estos 30 años he llegado a la convicción que Universidad es sinónimo de personas con quienes interactuamos aprendiendo más de lo que enseñamos. Por eso les quiero contar algo de grandes personajes con quienes he tenido el privilegio de caminar estos cortos años.
Sin embargo, no puedo comenzar solo narrando sucesos a partir de marzo de 1994, sino que voy a remitirme a marzo de 1969, cuando con mis padres llegamos desde Osorno, mi ciudad natal, y con poco más de 6 años comencé mi educación básica. Fue ahí cuando conocí a un personaje que ha sido muy importante: José Contreras. Sí, el Pepe. Cursamos juntos la enseñanza básica, media y universitaria, hemos compartido nuestras vidas por algo así como 55 años. Recuerdo que cuando estábamos en cuarto medio (1980), comenzaron las charlas de profesionales y muchos, si no todos los charlistas, eran egresados de la Universidad de Concepción. Fue ahí donde nos encontramos por primera vez con el ingeniero agrónomo Eduardo Holzapfel, un joven profesional que nos mostraba lo que la agronomía comprendía, tarea nada fácil ya que, en ese tiempo, el precio de la tierra era muy barata y el negocio de la agricultura era cada vez más incierto.
Nuestra generación del colegio, 1981, tuvo que rendir la Prueba de Aptitud Académica, y una vez revisados los resultados en la sección del diario, nos informamos que habíamos quedado en la carrera de Agronomía de la UdeC. Debo reconocer a mi hermano Víctor, quien me guio y ayudó a postular y decidir qué iba hacer en el futuro. De los poco menos de cien alumnos que ingresamos a la Facultad de Ciencias Agropecuarias y Forestales, menos de diez éramos de Chillán, la mayoría de Rancagua, San Fernando y Santiago, y muy pocas mujeres.
Fuimos una generación que sorprendió por el buen rendimiento y los profesores siempre se extrañaban porque éramos tantos. En esa promoción, además de Pepe, ingresó su hermana, la Patty, quien, junto a otros compañeros, como Marcos Sandoval, vivimos una interesante, bonita, cambiante y difícil época. La de los 80s.
Pese a que pasamos tiempos muy difíciles, hoy nos reunimos con muchos de ellos y recordamos que no nos importó qué tan diferentes eran nuestras posturas políticas o credos. Lo que vivimos durante los años de pregrado fue importante, puedo decir que el lema ‘Por el desarrollo libre del espíritu’, lo hicimos nuestro.
Un reconocimiento a grandes profesores que ya partieron, que nos cuidaron y siempre nos mostraron que éramos importante para ellos: Alejandro Valenzuela, Alfredo Vera, Ruperto Hepp, Humberto Serri, Mario Ibáñez, Alejandro Venegas, Gotardo Schenkel, Luis del Villar y Gastón González. Y también un saludo fraterno a los que aún están y con quienes todavía podemos compartir: María Inés González, Luis Salgado, Hernán Rodríguez, Iván Vidal y mi gran profesor Eduardo Holzapfel.
Cuando ya estábamos en los dos últimos años de Agronomía, 1984 en adelante, la situación cambió en el país: Chile tenía que ser competitivo en el mundo y se fomentaron las exportaciones a través de diferentes mecanismos, las frutas frescas comenzaron a posicionarse en mercados de EE.UU. y Europa; la uva de mesa, manzanas y nectarines comenzaron a invadir y a ser conocidos en los mercados del hemisferio norte aprovechando la contra estación.
Esto produjo que los ingenieros agrónomos fuesen muy demandados, tanto, que muchos compañeros no terminaron sus tesis porque los sueldos en la empresa privada eran muy tentadores.
Con lo que aprendimos en topografía con nuestro profesor Antonio González, trabajamos en paralelo a cursar nuestras últimas asignaturas y tesis, dinero que nos sirvió para comprarnos nuestros primeros autos, las Citronetas, que nos ayudaron mucho para realizar nuestras primeras asesorías.
Después de haber egresado con Pepe, participamos en unos proyectos relacionados con la Universidad.
Aquí hubo un periodo de siete años durante el cual desarrollé mis actividades profesionales en exportadoras, plantas de procesos de productos hortofrutícolas y silvestres, destinadas a la exportación.
Con Patty nos casamos en 1991. Sí, la hermana de Pepe; de amigos pasamos a ser parte de la familia.
Un día de septiembre Patty me recordó que Carmen Paz, nuestra primera hija, cumplía 1 año; en ese momento me di cuenta de que mi destino no iba por lo que me ofrecía la empresa privada. Fue entonces cuando vi que mi norte era la formación, la docencia; y decidí cambiar de rumbo. Volver a estudiar para obtener un postgrado que me permitiera conseguir alguna oportunidad en un centro de estudios. Volví a mi Universidad.
Al poco tiempo, dicté algunos cursos y en marzo de 1994 comencé mi camino como académico de la Facultad de Ingeniería Agrícola. Volvimos a vernos diariamente con Pepe, quien siempre trabajó en proyectos y como profesor part time.
Aquí conocí otra faceta de muchas personas con quienes había compartido en tiempos de estudiante. Me di cuenta de que el valor más grande de esta Universidad y de este Campus son las personas que la han hecho crecer.
Cómo no reconocer a Loreto Sepúlveda, que nos enseñó a admirar a las mujeres que han pasado por nuestra casa de estudios, en su texto ‘Mujeres en el tiempo’, y no tan sólo acá en Chile. Recuerdo que producto de un proyecto internacional que desarrollamos con el Dr. Jeff LeJeune, de la Universidad del Estado de Ohio, hicimos una reunión acá en nuestro Campus, y le presenté a unas colegas guatemaltecas, a Loreto, quien les regaló su libro. Después los visité en la Universidad de San Carlos y me di cuenta del impacto que había tenido su obra, en el sentido de reconocer a la mujer dentro del quehacer de la Universidad, incluso era material de análisis en una asignatura de la carrera de leyes. Gracias Loreto por tus obras: Girasoles, Mujeres en el Tiempo y seguramente las otras que vendrán.
Otro libro interesante, es el del profesor Alejandro Valenzuela Avilés, ‘Secretos de Ideales’, que fuera lanzado en 1994, mismo año que comencé como académico en nuestra Facultad. Lo leí y conocí el interesante aporte de quien fuera un importante impulsor de nuestra Facultad. Es una selección de artículos escritos en el diario La Discusión por unos 15 años, en que destaca el valor del hombre en la sociedad. También escribió ‘Pequeño Diccionario Agropecuario’, que da cuenta de dichos y expresiones relacionadas con el agro, en tres idiomas, español, mapudungun e inglés; pues como él decía, ‘nuestra Universidad no forma profesionales solo para las grandes empresas, este pequeño diccionario les va a servir como una ayuda para la expresión de sus ideas con los pequeños agricultores y campesinos. Así entendemos el rol de nuestros egresados, porque se considera sustantiva y esencial su participación para lograr el desarrollo armónico de todos los seres que laboran y viven en el sector rural’.
También quiero reconocer que estamos rodeados de muchas personas que nos enseñan a ser mejores, nuestros profesionales que nos acompañan en nuestros laboratorios y proyectos, nuestros auxiliares que fueron y son parte importante en nuestro quehacer y muchos de ellos están hoy aquí siendo reconocidos por sus años aportando a en nuestra Casa de Estudios.
Agradecer a nuestros alumnos, que nos empujan y enseñan cómo ser mejores, a no quedarnos en lo que hicimos, a movernos a buscar siempre más. Comparto lo que una vez me dijera mi amigo y colega, el Dr. Mario Lillo, cuando estábamos con algunos alumnos compartiendo fuera de las aulas: ‘esto es hacer Universidad’, no hay Universidad sin alumnos.
Finalmente, quiero en este momento agradecer a mi familia, especialmente a Patricia, mi esposa, y a mis hijos, que, con su apoyo incondicional, me han permitido alcanzar las metas que nos propusimos. Patty, ingeniera agrónoma; Carmen Paz, mi hija mayor, odontóloga; y Patricia Javiera, nutricionista; todos de la Universidad de Concepción. Solo nos queda el menor, que está en tercer año de Ingeniería Civil Industrial, Juan José.
Y Pepe se casó con Claudia, quien fuera mi tesista, todos del Campus Chillán.
Concluyendo mis palabras, puedo estar tranquilo que la decisión que tomamos con Patty de venir a desarrollarme en mi Universidad, tanto profesional como personalmente, fue la correcta. He conocido a muchas personas de muchos países, he conocido realidades que me han reafirmado el hecho que lo que vas a dejar aquí son los recuerdos de cómo fuiste con los demás, qué tan consecuentes fuimos en nuestro actuar, qué tan humildes en reconocer los errores, y cuán firme en defender nuestras convicciones, tolerantes en las diferencias e intransigentes ante la injusticia.
Una vez más agradezco al director del Campus, Dr. Pedro Rojas, por haberme permitido contar mi historia, basada en las personas que constituimos esta gran Universidad”.
Revisa el video de la ceremonia en el siguiente link
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